Leyenda de Quito Ecuador La Cañada de los Siete Días III - De Ecuador al Mundo Portal Ecuador

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Leyenda Ecuatoriana La Cañada de los siete días

III El Sueño

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Por mucho tiempo la hermosa reina gobernó en su paraíso. Hasta el día en que contrajo una terrible enfermedad, no hubo nada que sus shamanes pudieran hacer e irremediablemente murió. Sus restos junto a las pertenencias fueron enterrados en uno de los jardines que rodeaban la casa real. Puesto que esta se había convertido en una sociedad matriarcal fue su hija llamada Tormenta quien asumió el poder. Los mandatos fueron muy similares.
Los días transcurrían con normalidad hasta que cierta noche Tormenta tuvo un sueño, en el que veía a su madre que no conseguía salir de la cañada y pedía ayuda a gritos. En el momento que intentó ayudarla despertó, con un gran temor, llena de dudas y confusión. De inmediato pidió que se trajese ante su presencia al shamán de la tribu para que explicase el sueño, pero ninguna respuesta satisfacía a la joven reina, de manera que prefirió ir a la cañada al encuentro con su madre.

Como la joven reina ya había visitado la cañada por segunda vez y aún no podía visitarla por tercera ocasión, debió tomar un brebaje preparado por el brujo para entrar en trance y comunicarse con aquella alma en pena. Tras sufrir algunas convulsiones quedó tendida sobre el suelo húmedo y cubierto de hojas, con la mirada perdida y balbuceando algunas palabras incomprensibles, puesto que hablaba en el idioma de los dioses. Al despertar la reina contó a sus súbditos lo que sucedía con su madre.

 
A causa de la inesperada enfermedad, la reina madre murió repentinamente y no visitó por última vez el lugar sagrado para conseguir el perdón de sus pecados y su alma se encontraba flotando en el espacio. Durante la conversación que mantuvieron la madre pedía a su hija que tuviera pronto un bebé para obtener otra oportunidad de enmendar sus errores. Pese a los muchos intentos de Tormenta por embarazarse no lo consiguió, pero era tanto el amor que sentía por su madre que no dudó en pedirle a Dios que cambiase los lugares. Esto no fue necesario, el Creador ya la había perdonado. La pureza de su alma, el amor por sus súbditos y la naturaleza la hizo merecedora de disfrutar en la presencia de Dios en el Paraíso Celestial.
La hermosa experiencia vivida, enseñó a la reina que debía gobernar con humildad, enseñando a los habitantes de su pueblo a tener fe en el Sumo Hacedor y amarse los unos a los otros, poniendo especial interés en los niños, porque consideraba que ellos eran los poseedores de las más bellas cualidades que se le puede atribuir al ser humano.

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